domingo, 18 de octubre de 2009

Artículo sobre Hipatia

Hipatia es conocida en ciertos círculos como la hija de Teón --un matemático astrónomo y astrólogo alejandrino del siglo IV-. Sin embargo, Hipatia debe ser tenida en cuenta por sí misma y no como la hija de alguien. Fue una científica prestigiosa, muy estimada entre el mundo académico de su tiempo. Algunos la han considerado la última de las científicas del mundo antiguo que desarrolló su talento en el terreno de las matemáticas. No desdeñó los conocimientos de astronomía y se sintió atraída por el platonismo, hasta el punto de impartir clases de filosofía.
Desde hace años me interesaba su figura. Algunas referencias la presentaban como un arquetipo del clasicismo en el declinar del mundo antiguo, como una decidida defensora de la cultura grecorromana que, en su ciudad, se había combinado con elementos fundamentales de la civilización egipcia. Hipatia era un referente para quiénes rechazaban el dogmatismo que, en medio de grandes controversias, se imponía en el cristianismo al establecerse por aquellas fechas el canon del Nuevo Testamento en los concilios de Hipona y Cartago. Alejandría, la patria de Hipatia, se convirtió en uno de los centros neurálgicos de aquel debate teológico e ideológico. No en balde, allí era donde había sostenido sus planteamientos uno de los heresiarcas más importantes: Arrio, cuyas propuestas fueron condenadas en el concilio de Nicea donde fue pieza principal Osio, el titular de la sede episcopal cordobesa.
Hipatia, cuya fecha de nacimiento de sitúa entre el 355 y el 370, se opuso dialécticamente a los planteamientos defendidos por los patriarcas de su ciudad. Se enfrentó a dos de ellos de gran proyección en su tiempo: Teófilo y a Cirilo, este último elevado más tarde a los altares y fueron monjes vinculados de su entorno quienes acabaron con su vida. La raptaron cuando, como una antigua matrona romana, paseaba en una litera, todo un desafío a la moralidad que el cristianismo trataba de imponer, al defender para la mujer un papel vinculado al hogar y sometida al marido. Le infligieron una terrible tortura, al hacerle incisiones en su cuerpo con conchas de mar afiladas hasta morir desangrada, después quemaron su cuerpo para que no quedase rastro material de su existencia. Lo que sus asesinos no pudieron borrar fue el valor de su obra científica.
Sobre Hipatia y su penoso final cayó durante siglos un espeso manto de silencio. Para lo que denominamos la cultural occidental su figura no se recuperaría hasta el siglo XVIII. En el siglo XIX fue objeto de fuertes polémicas y de una notable atención literaria que dio, entre otros frutos, la obra de Charles Kingsley: «Hipatia». Recientemente la historiadora polaca Maria Dzielska ha escrito un interesante ensayo sobre la matemática alejandrina. Amenábar ha rodado una película anunciada como uno de los grandes estrenos de la temporada con el título de «Ágora». Somos numerosos los autores que hemos mostrado interés por la insigne científica, en estos días llega a las librerías la última de mis novelas: «El sueño de Hipatia» donde he recreado el ambiente histórico de la Alejandría en que ella vivió, así como las controversias que se produjeron en el seno del cristianismo, el mundo que emergía de su mano y los últimos estertores del mundo antiguo. No me he resistido -al fin y al cabo se trata de una novela- a trazar una trama de intriga relacionada con el descubrimiento, poco después de que terminase la Segunda Guerra Mundial, de los llamados manuscritos de Nag Hammadi, donde aparecen reflejadas las creencias de los gnósticos, una importante rama del cristianismo en la época en que vivió Hipatia.

José Calvo Poyato